EL GRITO QUE NADIE ESCUCHÓ

Hay días en los que se agolpan los dolores y las circunstancias nos ahogan hasta el límite de dejarnos sin aire, sin fuerzas y sin sentido.
Hoy es uno de esos días en los que no puedo más.

Y no pasa nada. Absolutamente nada. Porque, aunque escriba aquí este sentimiento, la rabia contenida y el deseo de tener conmigo una cerilla y un bidón de gasolina, seguirán dentro de mí, y nadie podrá darle solución a esos entresijos de la vida.

Me digo a mí misma que respire, que todo pasará y que, cuando menos lo espere, seguramente se solucionará.
Pero siendo sincera, ahora mismo no veo salida a mi situación, y lo único que me nace es aporrear con fuerza las teclas de mi humilde ordenador y escribir estas líneas que no solucionan nada, pero me ayudan a soltar el dolor, la rabia, la ira y la decepción.

En una ocasión me dijeron que no era lícito airear mis emociones, pero después de ver mi blog convertido en libro, me he replanteado seriamente esa idea.
¿Por qué siempre tenemos que callarnos cuando algo nos duele?

Parece que nos hemos vuelto insensibles, y hablar de un problema o de un sentimiento es casi un acto de debilidad. Pero no es así, señoras y señores... no es así.

Hay muchas personas que se sienten solas en el mundo. Cada vez somos más los que nos sentimos así.
Hablar de dinero, de salud, de dolencias o de política se ha convertido en un tema tabú, incluso entre los más cercanos.
Y así, poco a poco, muchos optamos por evadirnos del mundo, refugiándonos tras una pantalla, mirando vidas ajenas llenas de brillo, de risas y de un falso “todo va bien”, mientras sentimos que ese mundo perfecto no nos pertenece.


Entonces optas por no ser nadie, guardar silencio y decir que estás bien. Porque decir la verdad es ir directo al atropello de un mundo perfecto donde, inevitablemente, el malo siempre eres tú.

Llevo días en los que el corazón quiere salirse del pecho, la garganta se seca y mi cabeza es un trueno constante.
Siento un hormigueo sin fin en las manos y los pies, los ojos se humedecen, pero ya no lloran, y mi respiración se olvida de cómo hacer su ciclo...
Sí, a todo esto se le llama ansiedad.
Y os voy a dar una noticia: no la sufro yo sola.

Quisiera tener el don de meterme en mis recuerdos y volver físicamente a las sonrisas de otros tiempos mejores.
Por ejemplo, a los primeros días en la casa nueva, allá por junio de 2001.
Recuerdo a mi madre feliz, yendo a comprar sábanas, colchas nuevas, toallas...
Parecía una Navidad en verano.
Esa sonrisa de satisfacción, estrenando casa, con olor a recién pintado, sin cocina pero con toda la actitud del mundo por haber cumplido su sueño.

Los necesito a ellos.
Necesito que me abracen y me digan que todo va a estar bien.
No le deseo a nadie la soledad que se siente cuando ya no están.

Soy optimista, siempre intento ver el lado bueno de todo. Pero también me hundo, también me canso y me sumerjo en una espiral de agotamiento que me lleva al derrumbe.

Necesito que esta rueda de emociones se detenga.
Necesito respirar.
Tengo derecho a estar en paz, feliz y tranquila.

Necesito un abrazo, y necesito saber que todo va a estar bien.
Pero lo necesito de verdad.
No quiero palabras vacías de ánimo, quiero realidad, hechos y verdades.

Por desgracia, sé que somos demasiados los que sentimos esto y muy pocos los que tenemos con quién hablar.

Así que a ti, que me lees, te diré que te abraces de mi parte.
Que te digas en voz alta que no estás solo, que vas a salir de este tornado.

Algo no está saliendo bien, cuando cada vez somos más los que nos encontramos así.

Señor, ayúdanos.
Escucha nuestra petición y danos la paz que nuestros corazones anhelan.

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Marta García Selva
❤❤❤

 


Comentarios

  1. Ánimo princesa, todo en ésta vida tiene un precio y muy pocos son los valientes de pagarlo... O de decirlo en éste caso, te quiero mucho sigue soñando... Y luchando por tus sueños

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