Realidades que golpean
No puedo negar que he echado de menos publicar por aquí pequeños trocitos de los sentimientos que me atrapan.
Niego con la cabeza, mientras me repito una vez más que no sé qué habré hecho para estar tan apartada de la vida. Es la misma historia, una y otra vez.
No quiero juntarme con nadie porque siento que no soy suficiente. No quiero salir porque siento que soy invisible.
He perdido oportunidades laborales porque mi inseguridad me ha llevado a pedir valor a terceras personas y no he dejado que mi corazonada funcione.
Todos siguen ese camino en el que yo también quería caminar, pero no estoy en él. Y no precisamente porque no quiera, sino porque no soy de las que bailan el agua a nadie.
Mi día a día se basa en sentarme frente a mi escritorio y volver a soñar junto al teclado de mi ordenador. A veces siento que nadie, aparte de mis dedos y este teclado, sabe realmente quién soy.
¿Y si soy una persona vacía por dentro?
¿Y si es verdad que solo soy un pequeño bulto en este lugar llamado vida?
Hace unos días escuchaba hablar a una persona a la que aprecio de corazón. Decía que quería que su hijo ahorrase todo su sueldo porque él podía correr con todos los gastos. Hablaba de cómo, como padre, había ahorrado para que su hijo viviera libre de cargas y pudiera guardar su sueldo para el día de mañana, ese día en el que él ya no esté.
Mientras lo escuchaba, asentía con la cabeza, apoyando la pasión con la que lo decía. Y, a la vez, deseaba que alguna vez alguien hubiera hecho eso por mí. No por querer tener una vida resuelta, sino porque he trabajado desde los 13 años para mantener otras vidas, cuando quien debería haber sido cuidada era yo.
En ese momento, un escalofrío me recorrió la espalda. Sentí cómo se erizaba mi piel y cómo la angustia se apoderaba de mí. Y una vez más, salí de mi cuerpo y viajé a esas conversaciones donde, este año por primera vez, personas que habían escuchado mi historia me repetían que había pasado toda la vida cuidando a otros y asumiendo roles que no me correspondían. Por eso mi cuerpo sufre ahora el desgaste emocional y físico de tantos años.
Este hombre, padre de familia y orgulloso emprendedor, no quiere mantener a su hijo: quiere dejarlo vivir libre. Porque, por experiencia, sabe que en algún momento su hijo tendrá que hacer lo propio y sobrevivir en este mundo sin esa cobertura. Lo que él no sabe es que su hijo es su viva imagen, y que valora ese apoyo, pero que, de alguna forma, también quiere devolver el amor recibido.
Desde la muerte de mis padres, las heridas del pasado no solo han sangrado: han sacado toda la suciedad acumulada. Me he sentido vulnerable y desamparada, frágil y rota en mil pedazos.
Y he sentido miedo… miedo de ver que nunca he sido la mujer que soñaba ser, porque viví la vida que otros quisieron, y no la que yo realmente deseaba.
Ahora es tarde, porque he construido una vida, y ya no hay vuelta atrás. Los años no regresan, eso solo pasa en las películas.
Lo único que puedo hacer es reconstruir mi dolor, aprender a amarme, asumir que el tiempo ha pasado, y volver a soñar, trabajar y confiar.
Me siento sola, aunque sé que no lo estoy. Pero no es fácil contar los miedos, no es fácil encontrar paz en nadie. No es fácil levantarse...
Soñaba con ser periodista y vivir una temporada en Estados Unidos. Me veía vestida con traje de chaqueta, bajando de un coche que yo misma conducía, caminando por las calles de Nueva York. Me imaginaba con amigos, viajando, viviendo... Después venía mi boda, y cómo compraba una casa y la decoraba. Luego, la maternidad y un trabajo estable.
Sé que no todas las historias se cumplen, pero muchas se acercan a esos sueños. Conozco varios casos de éxito.
Pero a mí me tocó cuidar de otros. Me tocó salvar otras vidas y posponer mi sueño. Y, aunque hay cosas que sí he cumplido, siempre siento que, en mi otra vida paralela, mi otro yo está haciendo todo aquello que un día soñamos, sentadas en la repisa de mi ventana.
Como buena periodista y escritora, vuelco mi alma desnuda en un escrito lleno de miedos, sabiendo que, una vez más, seré criticada y seguramente cuestionada.
A todos aquellos que quieran expresar lo que sienten al leerme, les diré que ya no tengo nada que perder.
Yo soy nadie, y nadie me ve
Con el alma 💛
Marta García Selva
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